Ayer volvieron a llenarse las calles de España en protesta
contra la sinrazón del gobierno que nos está tocando padecer. A ellos, y a sus
voceros mediáticos, les da igual, siguen instalados en sus temas recurrentes:
violencia de piquetes, mayoría silenciosa...
Para los que parece que solo nos queda el recurso al
pataleo, es al menos una satisfacción encontrar de nuevo ese momento en que se
aúnan voluntades, en este caso contra la LOMCE. No es para menos, el engendro
del ministro Wert solo ha satisfecho a sus seguidores más recalcitrantes, como
los de la CONCAPA (y espada, a lo que se ve).
Me encontré en la manifestación con muchos amigos y
conocidos. Alegra vernos de nuevo dando la cara frente a quienes quieren
devolvernos a oscuros tiempos pasados, y alegra ver la calle abarrotada con
miles de personas con un objetivo común.
¿Un objetivo común?... Quizás no tanto.
El caso es que también me encontré, desagradablemente, con
la presencia de individuos que me resultan abiertamente antipáticos.
Me disgustó, por ejemplo, ver a ese diputado regional que,
para todos aquellos que en su día sufrimos la traición al voto que le habíamos
dado, será para siempre “el tránsfuga”.
Me disgustó también ver a un decano que, entre los escasos
méritos de su trayectoria académica, se encuentra su habilidad para “perpetrar”
un plan de estudios a la medida de sus ambiciones personales (y la de algunos
otros de sus adláteres). Pero también ha hecho gala de otras habilidades, como
la de formar parte de alguna comisión de selección de profesores en la que se
puntuó arbitrariamente el baremo de la convocatoria. Lo de arbitrario no es que
lo diga yo, lo dijo un juez, que declaró nula esa valoración y obligó a
repetirla. No les importó, porque volvieron a cambiar sobre la marcha la
valoración del baremo para que siguiera siendo nombrado su “protegido” (que por
cierto, además de “protegido” en la universidad, es otro de los muchos
mediocres que se han encumbrado a puestos directivos con esta derecha casposa
que nos malgobierna para destrozar los servicios públicos).
Quienes creemos que un mundo mejor es posible, y luchamos
por conseguirlo, sabemos que no va a ser fácil librarse de la mala gente.
Probablemente siempre habrá arribistas, en la política o en la universidad,
como en tantos otros ámbitos. Un primer paso para enfrentar su presencia es
señalarlos y no ser indiferentes ante sus manejos.