sábado, 28 de octubre de 2017

¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia?


Se ha convertido en un lugar común el que los secesionistas catalanes, y un sector de la ciudadanía del resto del estado que se dice de izquierda (aunque probablemente muchos sean más bien aquellos que se autodenominan “transversales”), llamen fascista o franquista a quienes no comulgan con sus ruedas de molino. Les han llamado así a los políticos de la oposición en el Parlament, y no solo a los más “españolistas”, como PP o Ciudadanos, también a los del PSC o CSQP. Se lo han llamado también a gentes tan poco sospechosas como Serrat, de forma que realmente el término en boca de estas personas es poco contrastable.

¿Qué es lo que entienden por “feixisme”/fascismo? He buscado el significado del término (http://www.diccionari.cat/lexicx.jsp?GECART=0062944). Si dejamos de lado las acepciones que tienen que ver con las referencias a la Italia de Mussolini, nos queda: “Actitud autoritària, arbitrària, violenta, etc., amb què hom s'imposa a una persona o a un grup”. La RAE, y al margen de las referencias italianas, es menos concreta: “Actitud autoritaria y antidemocrática que socialmente se considera relacionada con el fascismo”. De forma que siguiendo la definición de feixisme” hemos de entender que aquellos que reciben estos apelativos se han hecho acreedores a los mismos, quizás por alguna de estas razones:
- Imposición autoritaria de normas de funcionamiento en un parlamento, desoyendo a la oposición (a fin de cuentas tienen menos representantes, no importa que contaran con más votos populares y que unas leyes electorales a la medida de los que han detentado el poder en los últimos 40 años les perjudicaran).
- Interpretación arbitraria de los resultados electorales: un 47-48% de los votos emitidos (no digamos ya sobre censo total) es la voluntad del pueblo.
- Imposición de un plebiscito, que plantea una pregunta totalmente dirigida sin opciones de matización, y que descarta los puntos de vista opositores.

Por otra parte, es probable que se haya visto en estas personas otras características muy asociadas con los movimientos fascistas:
- Nacionalismo exaltado, con consideración de los desafectos como ciudadanos de segunda categoría, o simples súbditos de un poder extranjero.
- Identificación de “voto” con “plebiscito”, desacreditando la pluralidad política como intento de injerencia externa.

Por eso no me sorprende que a 28 de octubre de 2017, y después de uno de los días más lamentables de nuestra historia reciente, haya quien festeja como “triunfo democrático” la decisión de 70 parlamentarios que representan a poco más de un 40% de votantes, supuestamente en base a un simulacro de referéndum que respondía a una convocatoria de parte, sin censo, sin controles sobre la participación, con mesas conformadas por voluntarios y sin ningún reconocimiento ni siquiera de los mismos observadores convocados por la organización.

Tampoco me sorprende que estas mismas personas hablen de las “elecciones tuteladas por Rajoy”. Porque claro, es que esas elecciones permitirán que se presente cualquier opción política, les permitirá hacer campaña incluso poniendo a su disposición de forma gratuita medios de comunicación públicos, existirá una comisión electoral independiente y un censo en el que todas las personas que deseen ejercer su derecho al voto podrán comprobar su inscripción, las mesas se conformarán por personas seleccionadas al azar, podrá haber apoderados de los distintos partidos, habrá un recuento independiente, supervisable y contrastable, y se conformará un parlamento en base a la ley vigente, que ya se sabe a quien beneficia, pero no todo iba a ser perfecto.

No se debería haber llegado a esta situación. El gobierno catalán tuvo la gran oportunidad de evitarlo, y así parecía que iba a hacerlo cuando el día 26 se hablaba de convocar elecciones. Igual que a los no secesionistas no les importó en su día que a las anteriores les llamaran plebiscitarias, seguramente tampoco ahora les hubiera importado que les llamaran constituyentes o como les hubiera venido en gana.

viernes, 6 de octubre de 2017

Secesionismo... o supremacismo


Las utopías tienen un atractivo innegable: todo en el mundo idílico que prometen será perfecto. Así está ocurriendo con la que muchos ya ven como inminente República Catalana.

No me cabe duda de que si el independentismo en Cataluña ha pasado en menos de una década de ser una apuesta marginal a convertirse en la aspiración de una parte importante de la población es porque, más allá del “rebote” por los cambios en el Estatut por parte del Tribunal Constitucional, el lema de “España nos roba” supo inflamar el espíritu nacionalista.

Por esto, yo siempre he pensado que entre la ignorancia y la mala fe, era esta la que predominaba en toda la cuestión. Sin embargo, en estos casos, suelo recordar aquella frase atribuida a Albert Einsten: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.

Estos días, estamos oyendo argumentos “tan sólidos” a favor del secesionismo que me han hecho considerar una vez más la gran sabiduría que encierra esa frase. Algunos ejemplos:

  • Una chica, que se decía estudiante universitaria, ilusionadísima porque iban a construir una república “feminista”, signifique esto lo que signifique.
  • Una señora convencidísima de que en la nueva república no habría desahucios y pagarían menos impuestos.
  • La TV3 explicando cómo los Mossos d'esquadra son unos policías buenísimos que protegen a los ciudadanos catalanes y nunca recurren a la violencia.
  • Alguien que afirma que España les está maltratando como nación...

Y todos estos argumentos tan “sesudos” se repiten una y otra vez como una verdad incuestionable por aquellos que han hecho del voto la esencia de la democracia, más allá de lo que se esté votando y de en qué condiciones se haga, o de los que llenan las calles siguiendo “huelgas subvencionadas”, en las que la administración asegura que va a pagar a los trabajadores públicos por no ir a trabajar (lo que supongo será un delito) al tiempo que advierte a las empresas privadas de “lo conveniente” que sería para ellos seguir el mismo ejemplo (“sugerencia” que supongo que también será delictiva). Y además confían ciegamente en que ese camino lo van a abrir los mismos políticos que han gobernado durante décadas en Cataluña, conformando una de las redes de corrupción institucional más sólidas de todo el estado español.

No me refiero al consabido 3%, porque eso en el fondo es calderilla comparado con los negocios “legales” (que no legítimos) de trasvase de dinero público a manos privadas. Así, la sanidad catalana, ya históricamente muy vinculada a la gestión privada (básicamente a través de mutuas), ha venido desarrollando mecanismos de contratación de servicios públicos con la empresa privada, cediendo incluso sin ningún sonrojo instalaciones públicas, que convierten los intentos de introducir la gestión privada en otras comunidades, como Madrid o Valencia, en “testimoniales”. Sirva como ejemplo más definitorio de esta estrategia el hecho de que se trate de la única comunidad autónoma del estado español en que no llegó a completarse la reforma de la atención primaria, sin duda con el objetivo de debilitar el sector público en beneficio de los intereses privados.

Hablo de la sanidad que es el sector que mejor conozco, pero lo mismo podríamos decir de la enseñanza, en gran parte en manos de la iglesia (esos mismos curas que predican sobre el “paraíso de la independencia”), con colegios concertados a los que la Generalitat subvenciona sin ningún pudor aunque segreguen por sexos.

Y qué decir de la policía, la más violenta del estado español, con numerosos procesos judiciales por los daños causados tanto a pacíficos manifestantes como a sospechosos de delincuencia, ya sea en detenciones (se hicieron en su momento virales las imágenes de aquellos mossos que mataron a un sospechoso de tráfico de drogas tras golpearle con saña) o en comisarías, en las que un Conseller de Interior tuvo que poner cámaras de vigilancia para tratar de evitar los excesos.

Pues todo esto, y mucho más, se va a solucionar por arte de magia con una declaración de independencia. Y por supuesto ya no serán una nación maltratada...

Que esto también tiene su aquel... Yo, que me he sentido muy agraviado por el gobierno alemán, he tenido duras palabras para con Angela Merkel, pero no creo que sean copartícipes de esa responsabilidad por ejemplo los ciudadanos de aquel país que malviven con “minijobs”. Por otra parte, las políticas de recortes del PP me han perjudicado muchísimo, tanto por la reducción de mi sueldo como empleado público, como por la pérdida de derechos, tanto referido a libertades como a servicios públicos. Puedo considerar que se ha producido una pérdida de derechos y un deterioro económico colectivo, pero en ningún caso puede hacerse extensible al conjunto de “la nación” (suponiendo que me sintiera integrante de alguna), porque hay quienes se han estado beneficiando con esto. Y me pregunto, ¿esto es que no ha pasado en Cataluña?

Seamos serios, no son las “naciones” las que diferencian nuestro estatus socioeconómico, sino las clases sociales. Los poderes económicos están encantados con que un porcentaje nada desdeñable de catalanes (y de forma incomprensible de ciudadanos de otras zonas del estado) obvien los conflictos de clase y los hayan transformado en un conflicto nacional. La historia una vez más se repite. Yo recomendaría a tantos izquierdistas de salón, que tanto abundan hoy en día, que relean a los clásicos (si que es que alguna vez los leyeron), para recordar que no son los proletarios del otro lado de la frontera los enemigos.

Ya se que estoy pidiendo demasiado, que la gente no es muy de pensar. Es más de llevarse por las emociones y las arengas, sobre todo cuando te dicen que siendo, como eres, mejor, no tienes porqué cargar con la lacra de los gandules de los castellanos, y “otras hierbas”... Por eso no importa que no sean más, son los que son, y los que no que se vayan.

Así es como se ha desarrollado lo que podríamos llamar un “supremacismo catalán”. Y no me cabe duda de que irá yendo a más en el futuro, por la estrategia “segregacionista” que ha favorecido que los empleados públicos sean afines (la que han liado, por ejemplo, esos maestros adoctrinadores...). Cuando en el acceso a las puestos de trabajo público se valora por encima de todo el idioma se aseguran que ciudadanos de fuera del ámbito idiomático catalán no hayamos podido optar a esas plazas. Curiosamente, ese obstáculo no lo han tenido los ciudadanos nacidos en Cataluña que ocupan puestos públicos en el resto del estado español. Y, llamativamente, la opinión de estos, como la de tantos otros que trabajan en el sector privado fuera de allí, no cuenta para los secesionistas / “supremacistas”.