jueves, 16 de abril de 2020

Reflexiones para el día después




Mucho tiempo ha permanecido en silencio este blog. Y ojalá lo hubiera estado mucho más. Pero hay pensamientos que a uno le rondan la mente insistentemente y vale la pena afrontarlos. Plasmarlos en un texto es a fin de cuentas una forma de liberación personal.

He de admitir que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus me dejó muy impactado en sus primeros días. Entendí que tenía que centrarme en hacer mi trabajo lo mejor posible, lo que, entre otras cosas, consideré que implicaba atenerme a los protocolos cambiantes día a día. Estoy plenamente convencido de lo poco útil que es perderse en opiniones y matizaciones personales en una situación como la que estamos viviendo.

No solo he procedido así en lo profesional. Desde el primer momento traté de distanciarme de las opiniones, interpretaciones, bulos y demás despliegue de informaciones que me llegaban tanto a través de medios de comunicación como de las redes sociales. Pensaba que una vez que esto pase (no sabemos cuándo, pero pasará) ya habría tiempo para analizar y sacar conclusiones. Pero, tras estas semanas en “estado de alarma”, van surgiendo ya esas reflexiones que habrá que hacer para el día después.

En el mes de febrero hubo varias circunstancias en mi entorno profesional (aplazamientos en listas quirúrgicas del día, solapamientos inaceptables de actividad privada y pública…) que me llevaron a iniciar un texto en el que retomaba un tema recurrente para mi: el hospitalocentrismo de nuestro sistema sanitario y la ineficiencia de la gestión hospitalaria. En esos días ya estábamos conviviendo con el virus, no solo informativamente, también en la actividad clínica diaria, como hemos deducido a posteriori. Ya se presentía, aunque no desde luego con la dimensión que ha alcanzado, que la capacidad de atención de los hospitales podría verse saturada. El caso es que pensé que no era un buen momento para ahondar “heridas” dentro de nuestro Sistema Nacional de Salud, y me olvidé de aquel borrador.

Como digo, los acontecimientos posteriores, así como alguna de las publicaciones que han ido apareciendo, me han convencido de que en febrero, sobre todo en las últimas semanas, y, por supuesto, en los primeros días de marzo, estuvimos atendiendo a pacientes portadores de coronavirus que se presentaban con síntomas catarrales o pseudogripales (por no hablar de las pérdidas de olfato o de gusto, o ciertas lesiones de la piel, entre otras muchas manifestaciones clínicas, que ahora vamos atribuyendo a la COVID-19). Era consciente de que esto podía estar ocurriendo, y quizás precisamente por esto, porque lo estábamos abordando con total normalidad, le resté trascendencia. Me equivoqué: estábamos viendo casos esporádicos que constituían la punta del iceberg que se nos vendría encima cuando se pusiera de manifiesto la enfermedad en una gran cantidad de personas entre las que el virus había circulado.

Muchos nos hemos equivocado: el gobierno, muchos gestores de la sanidad pública, tantísimos profesionales de la sanidad, también los epidemiólogos. Es cierto que se debían haber prohibido antes los actos masivos, y restringir la circulación de personas. La cuestión es cuándo. Si se hubiera hecho en febrero se habrían evitado muchas muertes, pero ¿con qué argumentos se hubiera apoyado esta decisión? ¿quién la habría admitido? Es más, ¿a quién se le pasaba por la cabeza semejante idea entonces?

Estas semanas han surgido por doquier los que se ha dado en llamar “capitanes a posteriori”. Ellos ya sabían lo que iba a pasar y sabían perfectamente qué había que hacer. Lástima que no lo dijeran antes.

Efectivamente, el gobierno se equivocó al no prohibir las manifestaciones del 8M. Pero probablemente su impacto en la circulación del virus ha sido marginal, porque este ya estaba muy extendido en ciertas zonas geográficas, y las manifestaciones tuvieron carácter local, es decir no contribuyeron a llevarlo a otros lugares (no podemos decir lo mismo de quienes organizaron un acto político en un local cerrado con asistentes de todos los puntos del estado, y con alguno de sus máximos dirigentes recién llegado del norte de Italia). Cuando saltaron las alarmas entre el 8 y el 9 de marzo por las consultas masivas en hospitales madrileños estábamos viendo la presentación de la enfermedad en muchas de las personas entre las que había circulado el virus, no el día 8, sino la semana o semanas previas. Y fue ese pico de incidencia y las medidas administrativas de los días siguientes los que generaron una diáspora de portadores del virus hacia otros lugares, lo que probablemente justificaría el gran impacto que ha tenido la enfermedad en las dos Castillas.

La cuestión es si otro gobierno lo hubiera hecho mejor. Ciertamente es una pregunta retórica, pero solo puedo decir que me alegro de que las decisiones no dependieran de aquel a quien llamaban “Don Tancredo” (también conocido por otros como M. Rajoy), que dejaba evolucionar los problemas a ver si solos se iban atenuando. También me alegro de que las decisiones no hayan dependido de quienes achacan todos los problemas a “enemigos exteriores” (ya sabemos, el virus chino) y todo lo solucionarían con patriotismo (“anticuerpos españoles”) y testosterona. Afortunadamente no están en el gobierno esos que tratan de forma miserable de obtener un rédito político de las víctimas. 

Se equivocaron en el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, y, cómo no, su director Fernando Simón. A mi sin embargo me ha tranquilizado tanto su presencia como la de María José Sierra al frente del equipo técnico en que se ha apoyado el gobierno. Su valía profesional está suficientemente contrastada, sus cargos (llamativamente para lo que es este país) no los han alcanzado por adhesiones políticas sino por un prestigio fuera de toda duda.


Uno de los hechos que más me ha desconcertado en estos días ha sido la crueldad con que se ha atacado a los gestores de los servicios de salud. Se han jaleado, yo creo que a veces de forma irreflexiva, opiniones furibundas de personajes mediocres, colaboradores necesarios durante años en estilos de trabajo desidiosos en muchos hospitales públicos, cuando no decididos potenciadores de la sanidad privada a costa del dinero de todos. De la misma manera se ha jaleado la difusión de imágenes dramáticas de hospitales en las que aparecían pacientes en condiciones ciertamente lamentables.

Ni qué decir tiene que la culpa era de los gerentes de turno. Porque no supieron cuadriplicar los recursos de sus hospitales de la noche a la mañana, pero también porque no halagaron suficientemente los oídos de algunos de los trabajadores de su empresa. Y es cierto que tienen una grandísima responsabilidad para con sus trabajadores, y es cierto que no hemos tenido los medios técnicos y de protección que hubiéramos deseado. También es cierto que es suya la responsabilidad de los cientos de pacientes ingresados, pero no menos cierto es que también la tienen para con los cientos de miles confinados en sus casas, muchos de ellos enfermos en seguimiento telefónico y/o domiciliario por sus médicos de familia. Esos gestores de la sanidad pública también tienen una enorme responsabilidad en transmitir un mensaje de tranquilidad a esas personas, de evitar que cunda el pánico. No se si los vídeos viralizados y las declaraciones grandilocuentes ayudaron mucho en ese sentido.

Ahora se redoblarán las peticiones de “más hospital”, pero yo sigo negando la mayor. Estamos en una situación totalmente excepcional, las necesidades extraordinarias de estos días no deben guiar de forma exclusiva la planificación de recursos en los servicios públicos de salud. Es indudable que los recortes de los últimos años han dañado a estos muy seriamente, pero mucho más daño ha hecho el desequilibrio entre la inversión hospitalaria y en atención primaria. Solo el fortalecimiento de ésta nos encontrará preparados para afrontar las necesidades del día a día de nuestros pacientes y de futuras emergencias sanitarias.

Somos muchos los que nos hemos equivocado. Pero también somos muchos los que hemos demostrado que sabemos rectificar, y que podemos cambiar de punto de vista de un día para otro si las circunstancias así lo exigen. Afortunadamente para todos (también para ellos) esta crisis no la tienen que afrontar aquellos de ideas inamovibles, los de las ocurrencias simplistas para abordar problemas muy complejos.

Mis mejores deseos de salud… PARA TODOS.





sábado, 28 de octubre de 2017

¿De qué hablamos cuando hablamos de democracia?


Se ha convertido en un lugar común el que los secesionistas catalanes, y un sector de la ciudadanía del resto del estado que se dice de izquierda (aunque probablemente muchos sean más bien aquellos que se autodenominan “transversales”), llamen fascista o franquista a quienes no comulgan con sus ruedas de molino. Les han llamado así a los políticos de la oposición en el Parlament, y no solo a los más “españolistas”, como PP o Ciudadanos, también a los del PSC o CSQP. Se lo han llamado también a gentes tan poco sospechosas como Serrat, de forma que realmente el término en boca de estas personas es poco contrastable.

¿Qué es lo que entienden por “feixisme”/fascismo? He buscado el significado del término (http://www.diccionari.cat/lexicx.jsp?GECART=0062944). Si dejamos de lado las acepciones que tienen que ver con las referencias a la Italia de Mussolini, nos queda: “Actitud autoritària, arbitrària, violenta, etc., amb què hom s'imposa a una persona o a un grup”. La RAE, y al margen de las referencias italianas, es menos concreta: “Actitud autoritaria y antidemocrática que socialmente se considera relacionada con el fascismo”. De forma que siguiendo la definición de feixisme” hemos de entender que aquellos que reciben estos apelativos se han hecho acreedores a los mismos, quizás por alguna de estas razones:
- Imposición autoritaria de normas de funcionamiento en un parlamento, desoyendo a la oposición (a fin de cuentas tienen menos representantes, no importa que contaran con más votos populares y que unas leyes electorales a la medida de los que han detentado el poder en los últimos 40 años les perjudicaran).
- Interpretación arbitraria de los resultados electorales: un 47-48% de los votos emitidos (no digamos ya sobre censo total) es la voluntad del pueblo.
- Imposición de un plebiscito, que plantea una pregunta totalmente dirigida sin opciones de matización, y que descarta los puntos de vista opositores.

Por otra parte, es probable que se haya visto en estas personas otras características muy asociadas con los movimientos fascistas:
- Nacionalismo exaltado, con consideración de los desafectos como ciudadanos de segunda categoría, o simples súbditos de un poder extranjero.
- Identificación de “voto” con “plebiscito”, desacreditando la pluralidad política como intento de injerencia externa.

Por eso no me sorprende que a 28 de octubre de 2017, y después de uno de los días más lamentables de nuestra historia reciente, haya quien festeja como “triunfo democrático” la decisión de 70 parlamentarios que representan a poco más de un 40% de votantes, supuestamente en base a un simulacro de referéndum que respondía a una convocatoria de parte, sin censo, sin controles sobre la participación, con mesas conformadas por voluntarios y sin ningún reconocimiento ni siquiera de los mismos observadores convocados por la organización.

Tampoco me sorprende que estas mismas personas hablen de las “elecciones tuteladas por Rajoy”. Porque claro, es que esas elecciones permitirán que se presente cualquier opción política, les permitirá hacer campaña incluso poniendo a su disposición de forma gratuita medios de comunicación públicos, existirá una comisión electoral independiente y un censo en el que todas las personas que deseen ejercer su derecho al voto podrán comprobar su inscripción, las mesas se conformarán por personas seleccionadas al azar, podrá haber apoderados de los distintos partidos, habrá un recuento independiente, supervisable y contrastable, y se conformará un parlamento en base a la ley vigente, que ya se sabe a quien beneficia, pero no todo iba a ser perfecto.

No se debería haber llegado a esta situación. El gobierno catalán tuvo la gran oportunidad de evitarlo, y así parecía que iba a hacerlo cuando el día 26 se hablaba de convocar elecciones. Igual que a los no secesionistas no les importó en su día que a las anteriores les llamaran plebiscitarias, seguramente tampoco ahora les hubiera importado que les llamaran constituyentes o como les hubiera venido en gana.

viernes, 6 de octubre de 2017

Secesionismo... o supremacismo


Las utopías tienen un atractivo innegable: todo en el mundo idílico que prometen será perfecto. Así está ocurriendo con la que muchos ya ven como inminente República Catalana.

No me cabe duda de que si el independentismo en Cataluña ha pasado en menos de una década de ser una apuesta marginal a convertirse en la aspiración de una parte importante de la población es porque, más allá del “rebote” por los cambios en el Estatut por parte del Tribunal Constitucional, el lema de “España nos roba” supo inflamar el espíritu nacionalista.

Por esto, yo siempre he pensado que entre la ignorancia y la mala fe, era esta la que predominaba en toda la cuestión. Sin embargo, en estos casos, suelo recordar aquella frase atribuida a Albert Einsten: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.

Estos días, estamos oyendo argumentos “tan sólidos” a favor del secesionismo que me han hecho considerar una vez más la gran sabiduría que encierra esa frase. Algunos ejemplos:

  • Una chica, que se decía estudiante universitaria, ilusionadísima porque iban a construir una república “feminista”, signifique esto lo que signifique.
  • Una señora convencidísima de que en la nueva república no habría desahucios y pagarían menos impuestos.
  • La TV3 explicando cómo los Mossos d'esquadra son unos policías buenísimos que protegen a los ciudadanos catalanes y nunca recurren a la violencia.
  • Alguien que afirma que España les está maltratando como nación...

Y todos estos argumentos tan “sesudos” se repiten una y otra vez como una verdad incuestionable por aquellos que han hecho del voto la esencia de la democracia, más allá de lo que se esté votando y de en qué condiciones se haga, o de los que llenan las calles siguiendo “huelgas subvencionadas”, en las que la administración asegura que va a pagar a los trabajadores públicos por no ir a trabajar (lo que supongo será un delito) al tiempo que advierte a las empresas privadas de “lo conveniente” que sería para ellos seguir el mismo ejemplo (“sugerencia” que supongo que también será delictiva). Y además confían ciegamente en que ese camino lo van a abrir los mismos políticos que han gobernado durante décadas en Cataluña, conformando una de las redes de corrupción institucional más sólidas de todo el estado español.

No me refiero al consabido 3%, porque eso en el fondo es calderilla comparado con los negocios “legales” (que no legítimos) de trasvase de dinero público a manos privadas. Así, la sanidad catalana, ya históricamente muy vinculada a la gestión privada (básicamente a través de mutuas), ha venido desarrollando mecanismos de contratación de servicios públicos con la empresa privada, cediendo incluso sin ningún sonrojo instalaciones públicas, que convierten los intentos de introducir la gestión privada en otras comunidades, como Madrid o Valencia, en “testimoniales”. Sirva como ejemplo más definitorio de esta estrategia el hecho de que se trate de la única comunidad autónoma del estado español en que no llegó a completarse la reforma de la atención primaria, sin duda con el objetivo de debilitar el sector público en beneficio de los intereses privados.

Hablo de la sanidad que es el sector que mejor conozco, pero lo mismo podríamos decir de la enseñanza, en gran parte en manos de la iglesia (esos mismos curas que predican sobre el “paraíso de la independencia”), con colegios concertados a los que la Generalitat subvenciona sin ningún pudor aunque segreguen por sexos.

Y qué decir de la policía, la más violenta del estado español, con numerosos procesos judiciales por los daños causados tanto a pacíficos manifestantes como a sospechosos de delincuencia, ya sea en detenciones (se hicieron en su momento virales las imágenes de aquellos mossos que mataron a un sospechoso de tráfico de drogas tras golpearle con saña) o en comisarías, en las que un Conseller de Interior tuvo que poner cámaras de vigilancia para tratar de evitar los excesos.

Pues todo esto, y mucho más, se va a solucionar por arte de magia con una declaración de independencia. Y por supuesto ya no serán una nación maltratada...

Que esto también tiene su aquel... Yo, que me he sentido muy agraviado por el gobierno alemán, he tenido duras palabras para con Angela Merkel, pero no creo que sean copartícipes de esa responsabilidad por ejemplo los ciudadanos de aquel país que malviven con “minijobs”. Por otra parte, las políticas de recortes del PP me han perjudicado muchísimo, tanto por la reducción de mi sueldo como empleado público, como por la pérdida de derechos, tanto referido a libertades como a servicios públicos. Puedo considerar que se ha producido una pérdida de derechos y un deterioro económico colectivo, pero en ningún caso puede hacerse extensible al conjunto de “la nación” (suponiendo que me sintiera integrante de alguna), porque hay quienes se han estado beneficiando con esto. Y me pregunto, ¿esto es que no ha pasado en Cataluña?

Seamos serios, no son las “naciones” las que diferencian nuestro estatus socioeconómico, sino las clases sociales. Los poderes económicos están encantados con que un porcentaje nada desdeñable de catalanes (y de forma incomprensible de ciudadanos de otras zonas del estado) obvien los conflictos de clase y los hayan transformado en un conflicto nacional. La historia una vez más se repite. Yo recomendaría a tantos izquierdistas de salón, que tanto abundan hoy en día, que relean a los clásicos (si que es que alguna vez los leyeron), para recordar que no son los proletarios del otro lado de la frontera los enemigos.

Ya se que estoy pidiendo demasiado, que la gente no es muy de pensar. Es más de llevarse por las emociones y las arengas, sobre todo cuando te dicen que siendo, como eres, mejor, no tienes porqué cargar con la lacra de los gandules de los castellanos, y “otras hierbas”... Por eso no importa que no sean más, son los que son, y los que no que se vayan.

Así es como se ha desarrollado lo que podríamos llamar un “supremacismo catalán”. Y no me cabe duda de que irá yendo a más en el futuro, por la estrategia “segregacionista” que ha favorecido que los empleados públicos sean afines (la que han liado, por ejemplo, esos maestros adoctrinadores...). Cuando en el acceso a las puestos de trabajo público se valora por encima de todo el idioma se aseguran que ciudadanos de fuera del ámbito idiomático catalán no hayamos podido optar a esas plazas. Curiosamente, ese obstáculo no lo han tenido los ciudadanos nacidos en Cataluña que ocupan puestos públicos en el resto del estado español. Y, llamativamente, la opinión de estos, como la de tantos otros que trabajan en el sector privado fuera de allí, no cuenta para los secesionistas / “supremacistas”.

sábado, 9 de septiembre de 2017

La mirada de Anna Gabriel

Este blog ha estado en silencio por mucho tiempo. Hubo un momento en que tuve la sensación de que me estaba repitiendo y simplemente paré. Pero el espectáculo bochornoso de hace unos días en el Parlamento de Cataluña me ha generado una serie de sensaciones que me apetece plasmar de forma algo ordenada.

Eso que ha dado en llamarse el “procés” daría argumento para mil y una historias, algunas incluso muy divertidas, si no fuera porque maldita la gracia que tiene esta siembra de odio.

De lo que no cabe duda es que sus principales actores constituyen todo un elenco de ópera bufa. Es inevitable ver en el “Molt Honorable President de la Generalitat” a un bufón de opereta, con ese flequillo indómito y los ademanes algo torpes que le caracterizan. Aunque más bien habría que pensar en un guiñol, si consideramos que son otros los que deciden sus palabras y movimientos. Y qué decir del Vicepresident, ese tipo estrábico que siempre realza su grotesca obesidad con camisas varias tallas menores de lo que debieran, y que parece siempre a punto de “romper el botijón” como en aquella memorable entrevista radiofónica en la que pedía entre “pucheros” que le dejaran ser independiente.

Hay otra “Molt Honorable”, la “Presidenta del Parlament”, gran protagonista de los lamentables acontecimientos de hace unos días. Como bien demostró, sin altura política, ni mucho menos intelectual, para ocupar un cargo al que se hizo acreedora solo por su fanatismo.

Se que es demasiado facilón recurrir a los juegos de palabras con los nombres de las personas, pero es irresistible hacer mención a cómo algunos personajes han acabado acoplándose a sus apellidos. Siempre lo he pensado de Tardà, al que parece que le falta un hervor, pero qué decir de Rufián o Fachín (si vale, es sin tilde, pero me he permitido esa licencia literaria para que cuadre con la imagen que tengo de él; Pablo Iglesias parece que tampoco lo tiene en mucha estima, y sabe bien el daño que está haciendo a su partido...).

Pero con todo, nadie que iguale a la sin par Anna Gabriel. La mujer del horroroso flequillo hachazo que realza aún más si cabe esa mirada tan inescrutable. Puede que intimide en sus poses más agresivas, pero lo que a mi me inquieta es cuando parece ensimismada. En qué piensa en esos momentos. A veces su mirada parece dirigirse al infinito, y es fácil suponer que entonces vislumbra esa tierra de promisión con la que sueña. Más oscura es su mirada cuando aparece cabizbaja. No puedo dejar de relacionar esa mirada con oscuros presagios de deportaciones, muros “trumpianos” y gulags.

No concibo cómo alguien puede asimilar a las llamadas CUPs con la izquierda. Quizás si con las peores pesadillas que a lo largo de la historia se han vinculado a este ámbito político, desde el estalinismo al “Movimiento Vasco de Liberación” (Aznar dixit), sin olvidar a los zafios Maduro o Kim Jong-un. Sin embargo hay algo en la “esencia izquierdista” (por llamarlo de alguna manera) que nos lleva a tratar de asimilar y dar cobertura a las más absurdas pretensiones humanas, basta con que se hayan dado un cierto barniz de “a contracorriente”. Y así nos ha ido pasando con Cataluña, a unos más a otros menos. Vale que todo esto seguramente no estaría pasando si en su día el PP no hubiera alimentado la “catalanofobia” recogiendo firmas contra el Estatut, y si un Tribunal Constitucional politizado a la medida del mismo partido no hubiera rechazado lo ya aprobado en referéndum. Pero de ahí a tragarnos la historia del pueblo oprimido hay una gran distancia.

Porque no podemos aceptar que nos traten de colonialistas a los que somos la parte más débil del estado. Porque si ellos son hoy en día la parte más rica del mismo, además de por méritos propios que no pongo en duda, es en gran parte por las inversiones que históricamente han hecho allí los gobiernos centralistas para contentar a la burguesía catalana (especialmente durante la dictadura, por otra parte “hipotecada” con la ayudas económicas recibidas de banqueros catalanes). Porque si ellos se hicieron grandes fue en gran parte a costa del trabajo de tantas gentes de nuestras tierras que tuvieron que emigrar, y si ahora sus hijos y sus nietos se han envuelto en la bandera del secesionismo estos nos están infligiendo una doble traición. Porque no es de recibo que cuando te has llevado el mejor trozo de la tarta digas “aquí cortamos, cada cual por su camino, lo comido por lo servido y que cada palo aguante su vela”.

No. Ya vale de “buenismo”. Hablemos en plata: estamos ante una pretensión pequeñoburguesa orquestada por politicuchos sin escrúpulos que han sabido alentar el egoísmo de muchos catalanes (hasta ahora sin llegar a alcanzar a la mitad de los que votan) haciéndoles creer que si se despojan de la parte pobre del estado vivirán mejor. Pero eso, si llegase el caso, todavía estaría por ver.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

No hay tiempo (ya no digamos dinero) para investigar






Ayer tuve que enfrentarme con dos hechos inquietantes. El primero fue el tremendo susto de encontrar en mi correo electrónico corporativo un e-mail de una tal Mª Dolores Cospedal, con asunto “Felicitación de Navidad”, en el que aparece garrapateado el siguiente texto: “Con mis mejores deseos en esta Navidad, recibe un fuerte abrazo”.

Si la remitente es quien imagino, este mensaje me da verdadero pánico, porque ya se cuáles son sus deseos: son más de dos años viendo cómo los cumple a costa de los sufridos ciudadanos de esta comunidad. Así que me temo que el abrazo va a ser “el del oso”. Lo “penúltimo” que tengo que agradecerle es que el pago de una beca de la FISCAM, aprobado en esta institución pero que tenía que hacer efectivo la extinta Gerencia de Atención Primaria de Albacete (ahora la GAI), irá, si el administrador que me informó no se equivoca, a engrosar futuras listas de impagos. De esta manera, en el mejor de los casos, un dinero que los miembros del equipo investigador tuvimos que adelantar de nuestro bolsillo en 2012 se recuperaría en una futura convocatoria de pago a proveedores, es decir al menos un año más de demora.

Pero es que, “mir’usté” (parafraseando a algunos grandes líderes patrios) yo no soy un proveedor. Yo me presenté a una convocatoria pública de carácter competitivo, me concedieron una asignación económica que ha sido aprobada por el organismo competente y solo falta que me lo ingresen. Yo no soy un empresario que sirva ningún producto ni servicio al gobierno regional.

El segundo hecho inquietante fue la visita al centro de salud de una enviada de la gerencia (ese engendro llamado GAI). Poco nos han visitado los gestores “peperos” en estos dos año y pico, de hecho al que fue gerente de la extinta Gerencia de Atención Primaria no llegamos a conocerle después de dos años. Por eso ya inquieta que manden a alguien, pero es que además el motivo de la reunión era doblemente inquietante: “gestión de agendas”. A profesionales que llevamos trabajando en atención primaria 20, 30 o más años ahora pretenden decirnos cómo tenemos que gestionar el tiempo. No dudo que haya quienes después de trayectorias profesionales tan dilatadas no sean capaces de gestionar el suyo de una manera eficiente, es más, puede que incluso alguno haya perdido facultades. Pues bien, que identifiquen dónde hay oportunidades de mejora y apliquen las medidas que consideren oportunas. Pero que no insulten de forma indiscriminada nuestra inteligencia.

Quiero subrayar solo un detalle que ilustra la estrechez de miras de los actuales gestores. Según la persona que nos visitó, no es admisible que un profesional ocupe tiempo de su horario laboral para tareas de investigación. Semejante barbaridad, contradice los fundamentos más básicos de la profesión médica, en general, y especialmente de la Medicina de Familia. Espero que solo refleje la opinión personal, quizás también la insuficiente formación, de la persona que se atrevió a emitir tamaño disparate. Pero si no es así, y refleja el punto de vista del Sescam, hago desde aquí un llamamiento para que las sociedades científicas, tanto a nivel nacional como internacional, tomen cartas en el asunto.

Los que tuvimos la suerte de poner en marcha la reforma de la atención primaria o, como en mi caso, aprender de aquellos que lo hicieron, manejábamos en aquellos tiempos unos textos editados por el Ministerio de Sanidad correspondientes a una colección denominada genéricamente “Atención Primaria de Salud”. En la llamada “Guía de funcionamiento del Equipo de Atención Primaria” se especificaba, a modo indicativo, una distribución de tiempos para el médico con un 75% del mismo dedicado a la atención directa a los pacientes, un 10% dedicado a tareas administrativas y un 15% dedicado a tareas de formación e investigación (en los centros de salud docentes este porcentaje debería incrementarse). Pues bien, no ha habido ninguna reglamentación posterior, ni por parte del ministerio ni de nuestro servicio de salud (al menos yo la desconozco; en tal caso debería admitir mi ignorancia).

Me temo que detrás de esto de la “gestión de agendas” hay una estrategia mucho más retorcida: se trata de “exprimir” al máximo la capacidad de trabajo de los profesionales de cara a una eventual privatización de los servicios de salud. Para una mentalidad mercantilista solo cuenta el tiempo de atención al público. La formación y la investigación, ligados estrechamente a la mejora de la calidad del servicio que se presta, no interesa. Para ellos solo cuenta la cantidad. En cuanto a la calidad, vuelven a la ya conocida estrategia del “cuanto peor mejor”. El objetivo: deteriorar la sanidad pública para dejarla a precio de saldo en manos privadas.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Carta abierta a Echániz










Sr Echániz:



He tenido el “estómago” de ver su intervención en Los Desayunos de RTVE (ese programa que, gracias a la intervención de su partido, ya no es ni sombra de lo que fue: solo hay que fijarse en la “blandura” con que le entrevistaron) del pasado miércoles.



Para quienes llevamos sufriéndole más de 2 años parece que ya nada que venga de usted puede sorprendernos. Pero no es así, usted siempre es capaz de “dar más”. Entre las muchas “perlas” de las que hizo gala, quiero centrarme en su argumentación acerca de las bondades de la gestión privada con relación a la pública. Da usted como principal argumento la legislación, que impide, según sus palabras, “retribuir mejor al médico que lo hace mejor”. Y entonces va y lo explica: “cuando yo como director de un hospital no puedo retribuir mejor al médico que va a las seis de la mañana, que ve a todos sus pacientes, que opera a todos sus pacientes, que se queda por la tarde, que luego investiga y que por la noche en su casa sigue leyendo revistas internacionales para estar a la última en su especialidad… no le puedo pagar mejor que a la persona que llega tarde al hospital, que alguna vez los hay, que se marcha justo cumpliendo estrictamente su horario sin ceder un solo minuto y que por la tarde se dedica a otras aficiones relacionadas con su ocio. Claro, eso la administración pública, la sanidad pública no lo puede diferenciar, no lo puede discriminar en torno en su forma de retribuir, de pagar productividad o de pagar pluses a quien lo hace mejor”.



Me pregunto a cuántos habrá visto usted ir a las seis de la mañana a trabajar. Le recuerdo que el horario habitual de trabajo en los centros públicos, en turno de mañana, se inicia a las 8 horas. En los hospitales, y en los centros de salud, de los que usted nunca habla si no es para ofender a los que allí trabajamos. No se tampoco a cuántos conocerá usted que se queden además por la tarde, si no es porque están de guardia, o haciendo peonadas (de las de antes, es decir pagadas, o de las de ahora, es decir gratis). En cuanto a la investigación, qué le puedo decir después de la dramática reducción de financiación que ustedes han provocado: el que investiga, como el que lee (literatura nacional o internacional), lo hace a costa de su tiempo personal.



Pues bien, yo soy un médico que cumple rigurosamente su horario en un centro de salud, que investigo, hago docencia, leo e incluso publico en revistas internacionales (y nacionales, sin complejos), pero que, eso sí, me acuso de que dedico una gran parte de mi tiempo libre a mis aficiones, especialmente a mi pasión por la música. ¿Será por esto que el SESCAM me castiga?



Aunque mejor debiera decir que es usted quien me castiga. Porque usted fue quien decidió paralizar la carrera profesional, de forma que el perjuicio que ha ocasionado a los diferentes profesionales va exclusivamente en función de que tuvieran o no oportunidad de llegar a tiempo a las distintas convocatorias. Yo, que tuve la mala suerte de quedarme fuera de la primera oportunidad que hubo de acceder al cuarto grado por tres meses, sí que entré a la siguiente, pero usted la ha dejado en un “limbo” del que me temo que no saldrá. De esta forma de poco me sirve haber acumulado méritos más que sobrados, porque no me van a ser reconocidos.



Pero, no solo tengo que agradecerle haberme impedido mejorar mi salario, es que me lo ha reducido de forma vergonzante: con decir que en 2012 percibí una tercera parte menos de ingresos a cuenta del SESCAM que en el año anterior está todo dicho. Esto no quiere decir que a todos los médicos del SESCAM nos haya bajado el sueldo en esa cantidad. Habrá quien haya perdido más y habrá quien haya perdido menos, porque no se ha tratado de un recorte porcentual similar para todos, sino que se han suprimido arbitrariamente complementos que afectan al azar a unos u otros, no hay criterio.



¿Cuál es la barrera administrativa que ha ocasionado este desaguisado? Yo no la veo. A mi entender se trata de decisiones personales suyas. Como tales habremos de afrontarlas cuando llegue el momento de rendir cuentas.


viernes, 25 de octubre de 2013

En la "mani"






Ayer volvieron a llenarse las calles de España en protesta contra la sinrazón del gobierno que nos está tocando padecer. A ellos, y a sus voceros mediáticos, les da igual, siguen instalados en sus temas recurrentes: violencia de piquetes, mayoría silenciosa...

Para los que parece que solo nos queda el recurso al pataleo, es al menos una satisfacción encontrar de nuevo ese momento en que se aúnan voluntades, en este caso contra la LOMCE. No es para menos, el engendro del ministro Wert solo ha satisfecho a sus seguidores más recalcitrantes, como los de la CONCAPA (y espada, a lo que se ve).

Me encontré en la manifestación con muchos amigos y conocidos. Alegra vernos de nuevo dando la cara frente a quienes quieren devolvernos a oscuros tiempos pasados, y alegra ver la calle abarrotada con miles de personas con un objetivo común.

¿Un objetivo común?... Quizás no tanto.

El caso es que también me encontré, desagradablemente, con la presencia de individuos que me resultan abiertamente antipáticos.

Me disgustó, por ejemplo, ver a ese diputado regional que, para todos aquellos que en su día sufrimos la traición al voto que le habíamos dado, será para siempre “el tránsfuga”.

Me disgustó también ver a un decano que, entre los escasos méritos de su trayectoria académica, se encuentra su habilidad para “perpetrar” un plan de estudios a la medida de sus ambiciones personales (y la de algunos otros de sus adláteres). Pero también ha hecho gala de otras habilidades, como la de formar parte de alguna comisión de selección de profesores en la que se puntuó arbitrariamente el baremo de la convocatoria. Lo de arbitrario no es que lo diga yo, lo dijo un juez, que declaró nula esa valoración y obligó a repetirla. No les importó, porque volvieron a cambiar sobre la marcha la valoración del baremo para que siguiera siendo nombrado su “protegido” (que por cierto, además de “protegido” en la universidad, es otro de los muchos mediocres que se han encumbrado a puestos directivos con esta derecha casposa que nos malgobierna para destrozar los servicios públicos).

Quienes creemos que un mundo mejor es posible, y luchamos por conseguirlo, sabemos que no va a ser fácil librarse de la mala gente. Probablemente siempre habrá arribistas, en la política o en la universidad, como en tantos otros ámbitos. Un primer paso para enfrentar su presencia es señalarlos y no ser indiferentes ante sus manejos.