El día 2 de agosto, el consejero de sanidad, José Ignacio Echániz,
presentó su plan de choque para reducir las listas de espera en Castilla-La
Mancha. Si hay un tema que les encanta a los políticos, en el campo de la
sanidad, es el de las listas de espera. A los que gobiernan porque lo utilizan
como reclamo para demostrar que toman medidas encaminadas a su reducción, y porque
se dan bombo presentando unas cifras, fácilmente manipulables según los
criterios que se apliquen, que les muestran como mejores gestores que quienes
les precedieron. Para los que están en la oposición es simplemente un tema sencillo
para atacar a los que gobiernan: cualquier espera puede hacerse ver como
inaceptable.
Y sin embargo este no es el tema más trascendental entre las cuestiones
que se refieren a la asistencia sanitaria. No pretendo restar importancia a las
demoras que se producen en la atención a los pacientes, las más de las veces
injustificadas e injustificables. Lo que trato de decir es que el término “listas
de espera” se utiliza como un “saco” en el que se mezclan asuntos de naturaleza
muy variada, y que acaba por tanto siendo un “saco sin fondo”. Así, no es lo
mismo la demora para asistir a una primera consulta, para una visita de
revisión, para la realización de exploraciones complementarias o para cirugía,
y dentro de ésta variará mucho según la naturaleza del proceso (creo que es
fácil de entender que no es lo mismo tener que operarse de un cáncer que de un
“juanete”).
Todo esto está referido obviamente a la actividad hospitalaria. En
atención primaria, por definición, no existen listas de espera.
Intentaré explicarlo con un ejemplo sencillo extraído de la actividad
diaria. Pensemos en un paciente que ingresa en el hospital por un cuadro
infeccioso; desde el primer día se queja de un dolor en una pierna. Como los
médicos que atienden las infecciones parece que no se ocupan de los dolores en
las piernas, pasan una interconsulta a Traumatología. En lugar de visitarle en
la cama del hospital este servicio prefiere citar al paciente a consulta unas
semanas después del alta. En esa consulta, según testimonio verbal del paciente
(como suele ser habitual, no hay informe escrito) se le pide una resonancia
magnética; no hay exploración física (o mejor dicho, el paciente no percibe que
tal cosa ocurra, siempre según su versión), y, a la pregunta sobre qué
tratamiento seguir, se le indica que esto es cosa de su médico de cabecera.
Obviamente el paciente ya estaba tratado de su dolor por su médico de familia,
y se ha ido reajustando el tratamiento en función de la respuesta obtenida.
Mientras tanto el paciente está de baja y, a no ser que la sabia naturaleza lo
remedie, con mayor o menor contribución del médico de familia, así seguirá
hasta que dentro de no sé cuánto tiempo se le haga la resonancia, vuelva a la
consulta especializada y alguien decida implicarse o no, etc.
De forma que, ¿dónde es más importante invertir los recursos? Podemos
hacer como nuestro consejero de sanidad, meter dinero en pagar más consultas en
las que no se explora ni se indica tratamiento a los pacientes, pero en las que
se solicitan sistemáticamente exploraciones complementarias carísimas, las más
de las veces innecesarias, y que también habrá que pagar con ese dinero que no
tenemos, etc, etc. Por el contrario podemos invertir en atención primaria, para
que más médicos de familia puedan ofrecer su atención inmediata a los pacientes,
con un alto nivel resolutivo y con un uso mínimo de pruebas complementarias.
No nos dejemos engañar por cantos de sirena de políticos mediocres.
Estoy hablando de dos opciones radicalmente distintas e incompatibles.