jueves, 16 de abril de 2020

Reflexiones para el día después




Mucho tiempo ha permanecido en silencio este blog. Y ojalá lo hubiera estado mucho más. Pero hay pensamientos que a uno le rondan la mente insistentemente y vale la pena afrontarlos. Plasmarlos en un texto es a fin de cuentas una forma de liberación personal.

He de admitir que la crisis sanitaria provocada por el coronavirus me dejó muy impactado en sus primeros días. Entendí que tenía que centrarme en hacer mi trabajo lo mejor posible, lo que, entre otras cosas, consideré que implicaba atenerme a los protocolos cambiantes día a día. Estoy plenamente convencido de lo poco útil que es perderse en opiniones y matizaciones personales en una situación como la que estamos viviendo.

No solo he procedido así en lo profesional. Desde el primer momento traté de distanciarme de las opiniones, interpretaciones, bulos y demás despliegue de informaciones que me llegaban tanto a través de medios de comunicación como de las redes sociales. Pensaba que una vez que esto pase (no sabemos cuándo, pero pasará) ya habría tiempo para analizar y sacar conclusiones. Pero, tras estas semanas en “estado de alarma”, van surgiendo ya esas reflexiones que habrá que hacer para el día después.

En el mes de febrero hubo varias circunstancias en mi entorno profesional (aplazamientos en listas quirúrgicas del día, solapamientos inaceptables de actividad privada y pública…) que me llevaron a iniciar un texto en el que retomaba un tema recurrente para mi: el hospitalocentrismo de nuestro sistema sanitario y la ineficiencia de la gestión hospitalaria. En esos días ya estábamos conviviendo con el virus, no solo informativamente, también en la actividad clínica diaria, como hemos deducido a posteriori. Ya se presentía, aunque no desde luego con la dimensión que ha alcanzado, que la capacidad de atención de los hospitales podría verse saturada. El caso es que pensé que no era un buen momento para ahondar “heridas” dentro de nuestro Sistema Nacional de Salud, y me olvidé de aquel borrador.

Como digo, los acontecimientos posteriores, así como alguna de las publicaciones que han ido apareciendo, me han convencido de que en febrero, sobre todo en las últimas semanas, y, por supuesto, en los primeros días de marzo, estuvimos atendiendo a pacientes portadores de coronavirus que se presentaban con síntomas catarrales o pseudogripales (por no hablar de las pérdidas de olfato o de gusto, o ciertas lesiones de la piel, entre otras muchas manifestaciones clínicas, que ahora vamos atribuyendo a la COVID-19). Era consciente de que esto podía estar ocurriendo, y quizás precisamente por esto, porque lo estábamos abordando con total normalidad, le resté trascendencia. Me equivoqué: estábamos viendo casos esporádicos que constituían la punta del iceberg que se nos vendría encima cuando se pusiera de manifiesto la enfermedad en una gran cantidad de personas entre las que el virus había circulado.

Muchos nos hemos equivocado: el gobierno, muchos gestores de la sanidad pública, tantísimos profesionales de la sanidad, también los epidemiólogos. Es cierto que se debían haber prohibido antes los actos masivos, y restringir la circulación de personas. La cuestión es cuándo. Si se hubiera hecho en febrero se habrían evitado muchas muertes, pero ¿con qué argumentos se hubiera apoyado esta decisión? ¿quién la habría admitido? Es más, ¿a quién se le pasaba por la cabeza semejante idea entonces?

Estas semanas han surgido por doquier los que se ha dado en llamar “capitanes a posteriori”. Ellos ya sabían lo que iba a pasar y sabían perfectamente qué había que hacer. Lástima que no lo dijeran antes.

Efectivamente, el gobierno se equivocó al no prohibir las manifestaciones del 8M. Pero probablemente su impacto en la circulación del virus ha sido marginal, porque este ya estaba muy extendido en ciertas zonas geográficas, y las manifestaciones tuvieron carácter local, es decir no contribuyeron a llevarlo a otros lugares (no podemos decir lo mismo de quienes organizaron un acto político en un local cerrado con asistentes de todos los puntos del estado, y con alguno de sus máximos dirigentes recién llegado del norte de Italia). Cuando saltaron las alarmas entre el 8 y el 9 de marzo por las consultas masivas en hospitales madrileños estábamos viendo la presentación de la enfermedad en muchas de las personas entre las que había circulado el virus, no el día 8, sino la semana o semanas previas. Y fue ese pico de incidencia y las medidas administrativas de los días siguientes los que generaron una diáspora de portadores del virus hacia otros lugares, lo que probablemente justificaría el gran impacto que ha tenido la enfermedad en las dos Castillas.

La cuestión es si otro gobierno lo hubiera hecho mejor. Ciertamente es una pregunta retórica, pero solo puedo decir que me alegro de que las decisiones no dependieran de aquel a quien llamaban “Don Tancredo” (también conocido por otros como M. Rajoy), que dejaba evolucionar los problemas a ver si solos se iban atenuando. También me alegro de que las decisiones no hayan dependido de quienes achacan todos los problemas a “enemigos exteriores” (ya sabemos, el virus chino) y todo lo solucionarían con patriotismo (“anticuerpos españoles”) y testosterona. Afortunadamente no están en el gobierno esos que tratan de forma miserable de obtener un rédito político de las víctimas. 

Se equivocaron en el Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, y, cómo no, su director Fernando Simón. A mi sin embargo me ha tranquilizado tanto su presencia como la de María José Sierra al frente del equipo técnico en que se ha apoyado el gobierno. Su valía profesional está suficientemente contrastada, sus cargos (llamativamente para lo que es este país) no los han alcanzado por adhesiones políticas sino por un prestigio fuera de toda duda.


Uno de los hechos que más me ha desconcertado en estos días ha sido la crueldad con que se ha atacado a los gestores de los servicios de salud. Se han jaleado, yo creo que a veces de forma irreflexiva, opiniones furibundas de personajes mediocres, colaboradores necesarios durante años en estilos de trabajo desidiosos en muchos hospitales públicos, cuando no decididos potenciadores de la sanidad privada a costa del dinero de todos. De la misma manera se ha jaleado la difusión de imágenes dramáticas de hospitales en las que aparecían pacientes en condiciones ciertamente lamentables.

Ni qué decir tiene que la culpa era de los gerentes de turno. Porque no supieron cuadriplicar los recursos de sus hospitales de la noche a la mañana, pero también porque no halagaron suficientemente los oídos de algunos de los trabajadores de su empresa. Y es cierto que tienen una grandísima responsabilidad para con sus trabajadores, y es cierto que no hemos tenido los medios técnicos y de protección que hubiéramos deseado. También es cierto que es suya la responsabilidad de los cientos de pacientes ingresados, pero no menos cierto es que también la tienen para con los cientos de miles confinados en sus casas, muchos de ellos enfermos en seguimiento telefónico y/o domiciliario por sus médicos de familia. Esos gestores de la sanidad pública también tienen una enorme responsabilidad en transmitir un mensaje de tranquilidad a esas personas, de evitar que cunda el pánico. No se si los vídeos viralizados y las declaraciones grandilocuentes ayudaron mucho en ese sentido.

Ahora se redoblarán las peticiones de “más hospital”, pero yo sigo negando la mayor. Estamos en una situación totalmente excepcional, las necesidades extraordinarias de estos días no deben guiar de forma exclusiva la planificación de recursos en los servicios públicos de salud. Es indudable que los recortes de los últimos años han dañado a estos muy seriamente, pero mucho más daño ha hecho el desequilibrio entre la inversión hospitalaria y en atención primaria. Solo el fortalecimiento de ésta nos encontrará preparados para afrontar las necesidades del día a día de nuestros pacientes y de futuras emergencias sanitarias.

Somos muchos los que nos hemos equivocado. Pero también somos muchos los que hemos demostrado que sabemos rectificar, y que podemos cambiar de punto de vista de un día para otro si las circunstancias así lo exigen. Afortunadamente para todos (también para ellos) esta crisis no la tienen que afrontar aquellos de ideas inamovibles, los de las ocurrencias simplistas para abordar problemas muy complejos.

Mis mejores deseos de salud… PARA TODOS.