Las
utopías tienen un atractivo innegable: todo en el mundo idílico que
prometen será perfecto. Así está ocurriendo con la que muchos ya
ven como inminente República Catalana.
No
me cabe duda de que si el independentismo en Cataluña ha pasado en
menos de una década de ser una apuesta marginal a convertirse en la
aspiración de una parte importante de la población es porque, más
allá del “rebote” por los cambios en el Estatut por parte del
Tribunal Constitucional, el lema de “España nos roba” supo
inflamar el espíritu nacionalista.
Por
esto, yo siempre he pensado que entre la ignorancia y la mala fe, era
esta la que predominaba en toda la cuestión. Sin embargo, en estos
casos, suelo recordar aquella frase atribuida a Albert Einsten: “Hay
dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del
Universo no estoy seguro”.
Estos
días, estamos oyendo argumentos “tan sólidos” a favor del
secesionismo que me han hecho considerar una vez más la gran
sabiduría que encierra esa frase. Algunos ejemplos:
-
Una chica, que se decía estudiante universitaria, ilusionadísima porque iban a construir una república “feminista”, signifique esto lo que signifique.
-
Una señora convencidísima de que en la nueva república no habría desahucios y pagarían menos impuestos.
-
La TV3 explicando cómo los Mossos d'esquadra son unos policías buenísimos que protegen a los ciudadanos catalanes y nunca recurren a la violencia.
-
Alguien que afirma que España les está maltratando como nación...
Y
todos estos argumentos tan “sesudos” se repiten una y otra vez
como una verdad incuestionable por aquellos que han hecho del voto la
esencia de la democracia, más allá de lo que se esté votando y de
en qué condiciones se haga, o de los que llenan las calles siguiendo
“huelgas subvencionadas”, en las que la administración asegura
que va a pagar a los trabajadores públicos por no ir a trabajar (lo
que supongo será un delito) al tiempo que advierte a las empresas
privadas de “lo conveniente” que sería para ellos seguir el
mismo ejemplo (“sugerencia” que supongo que también será
delictiva). Y además confían ciegamente en que ese camino lo van a
abrir los mismos políticos que han gobernado durante décadas en
Cataluña, conformando una de las redes de corrupción institucional
más sólidas de todo el estado español.
No
me refiero al consabido 3%, porque eso en el fondo es calderilla
comparado con los negocios “legales” (que no legítimos) de
trasvase de dinero público a manos privadas. Así, la sanidad
catalana, ya históricamente muy vinculada a la gestión privada
(básicamente a través de mutuas), ha venido desarrollando
mecanismos de contratación de servicios públicos con la empresa
privada, cediendo incluso sin ningún sonrojo instalaciones públicas,
que convierten los intentos de introducir la gestión privada en
otras comunidades, como Madrid o Valencia, en “testimoniales”.
Sirva como ejemplo más definitorio de esta estrategia el hecho de
que se trate de la única comunidad autónoma del estado español en
que no llegó a completarse la reforma de la atención primaria, sin
duda con el objetivo de debilitar el sector público en beneficio de
los intereses privados.
Hablo
de la sanidad que es el sector que mejor conozco, pero lo mismo
podríamos decir de la enseñanza, en gran parte en manos de la
iglesia (esos mismos curas que predican sobre el “paraíso de la
independencia”), con colegios concertados a los que la Generalitat
subvenciona sin ningún pudor aunque segreguen por sexos.
Y
qué decir de la policía, la más violenta del estado español, con
numerosos procesos judiciales por los daños causados tanto a
pacíficos manifestantes como a sospechosos de delincuencia, ya sea
en detenciones (se hicieron en su momento virales las imágenes de
aquellos mossos que mataron a un sospechoso de tráfico de drogas
tras golpearle con saña) o en comisarías, en las que un Conseller
de Interior tuvo que poner cámaras de vigilancia para tratar de
evitar los excesos.
Pues
todo esto, y mucho más, se va a solucionar por arte de magia con una
declaración de independencia. Y por supuesto ya no serán una nación
maltratada...
Que
esto también tiene su aquel... Yo, que me he sentido muy agraviado
por el gobierno alemán, he tenido duras palabras para con Angela
Merkel, pero no creo que sean copartícipes de esa responsabilidad
por ejemplo los ciudadanos de aquel país que malviven con
“minijobs”. Por otra parte, las políticas de recortes del PP me
han perjudicado muchísimo, tanto por la reducción de mi sueldo como
empleado público, como por la pérdida de derechos, tanto referido a
libertades como a servicios públicos. Puedo considerar que se ha
producido una pérdida de derechos y un deterioro económico
colectivo, pero en ningún caso puede hacerse extensible al conjunto
de “la nación” (suponiendo que me sintiera integrante de
alguna), porque hay quienes se han estado beneficiando con esto. Y me
pregunto, ¿esto es que no ha pasado en Cataluña?
Seamos
serios, no son las “naciones” las que diferencian nuestro estatus
socioeconómico, sino las clases sociales. Los poderes económicos
están encantados con que un porcentaje nada desdeñable de catalanes
(y de forma incomprensible de ciudadanos de otras zonas del estado)
obvien los conflictos de clase y los hayan transformado en un
conflicto nacional. La historia una vez más se repite. Yo
recomendaría a tantos izquierdistas de salón, que tanto abundan hoy
en día, que relean a los clásicos (si que es que alguna vez los
leyeron), para recordar que no son los proletarios del otro lado de
la frontera los enemigos.
Ya
se que estoy pidiendo demasiado, que la gente no es muy de pensar. Es
más de llevarse por las emociones y las arengas, sobre todo cuando
te dicen que siendo, como eres, mejor, no tienes porqué cargar con
la lacra de los gandules de los castellanos, y “otras hierbas”...
Por eso no importa que no sean más, son los que son, y los que no
que se vayan.
Así
es como se ha desarrollado lo que podríamos llamar un “supremacismo
catalán”. Y no me cabe duda de que irá yendo a más en el futuro,
por la estrategia “segregacionista” que ha favorecido que los
empleados públicos sean afines (la que han liado, por ejemplo, esos maestros adoctrinadores...). Cuando en el acceso a las puestos de
trabajo público se valora por encima de todo el idioma se aseguran
que ciudadanos de fuera del ámbito idiomático catalán no hayamos
podido optar a esas plazas. Curiosamente, ese obstáculo no lo han
tenido los ciudadanos nacidos en Cataluña que ocupan puestos
públicos en el resto del estado español. Y, llamativamente, la
opinión de estos, como la de tantos otros que trabajan en el sector
privado fuera de allí, no cuenta para los secesionistas /
“supremacistas”.
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