viernes, 6 de octubre de 2017

Secesionismo... o supremacismo


Las utopías tienen un atractivo innegable: todo en el mundo idílico que prometen será perfecto. Así está ocurriendo con la que muchos ya ven como inminente República Catalana.

No me cabe duda de que si el independentismo en Cataluña ha pasado en menos de una década de ser una apuesta marginal a convertirse en la aspiración de una parte importante de la población es porque, más allá del “rebote” por los cambios en el Estatut por parte del Tribunal Constitucional, el lema de “España nos roba” supo inflamar el espíritu nacionalista.

Por esto, yo siempre he pensado que entre la ignorancia y la mala fe, era esta la que predominaba en toda la cuestión. Sin embargo, en estos casos, suelo recordar aquella frase atribuida a Albert Einsten: “Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.

Estos días, estamos oyendo argumentos “tan sólidos” a favor del secesionismo que me han hecho considerar una vez más la gran sabiduría que encierra esa frase. Algunos ejemplos:

  • Una chica, que se decía estudiante universitaria, ilusionadísima porque iban a construir una república “feminista”, signifique esto lo que signifique.
  • Una señora convencidísima de que en la nueva república no habría desahucios y pagarían menos impuestos.
  • La TV3 explicando cómo los Mossos d'esquadra son unos policías buenísimos que protegen a los ciudadanos catalanes y nunca recurren a la violencia.
  • Alguien que afirma que España les está maltratando como nación...

Y todos estos argumentos tan “sesudos” se repiten una y otra vez como una verdad incuestionable por aquellos que han hecho del voto la esencia de la democracia, más allá de lo que se esté votando y de en qué condiciones se haga, o de los que llenan las calles siguiendo “huelgas subvencionadas”, en las que la administración asegura que va a pagar a los trabajadores públicos por no ir a trabajar (lo que supongo será un delito) al tiempo que advierte a las empresas privadas de “lo conveniente” que sería para ellos seguir el mismo ejemplo (“sugerencia” que supongo que también será delictiva). Y además confían ciegamente en que ese camino lo van a abrir los mismos políticos que han gobernado durante décadas en Cataluña, conformando una de las redes de corrupción institucional más sólidas de todo el estado español.

No me refiero al consabido 3%, porque eso en el fondo es calderilla comparado con los negocios “legales” (que no legítimos) de trasvase de dinero público a manos privadas. Así, la sanidad catalana, ya históricamente muy vinculada a la gestión privada (básicamente a través de mutuas), ha venido desarrollando mecanismos de contratación de servicios públicos con la empresa privada, cediendo incluso sin ningún sonrojo instalaciones públicas, que convierten los intentos de introducir la gestión privada en otras comunidades, como Madrid o Valencia, en “testimoniales”. Sirva como ejemplo más definitorio de esta estrategia el hecho de que se trate de la única comunidad autónoma del estado español en que no llegó a completarse la reforma de la atención primaria, sin duda con el objetivo de debilitar el sector público en beneficio de los intereses privados.

Hablo de la sanidad que es el sector que mejor conozco, pero lo mismo podríamos decir de la enseñanza, en gran parte en manos de la iglesia (esos mismos curas que predican sobre el “paraíso de la independencia”), con colegios concertados a los que la Generalitat subvenciona sin ningún pudor aunque segreguen por sexos.

Y qué decir de la policía, la más violenta del estado español, con numerosos procesos judiciales por los daños causados tanto a pacíficos manifestantes como a sospechosos de delincuencia, ya sea en detenciones (se hicieron en su momento virales las imágenes de aquellos mossos que mataron a un sospechoso de tráfico de drogas tras golpearle con saña) o en comisarías, en las que un Conseller de Interior tuvo que poner cámaras de vigilancia para tratar de evitar los excesos.

Pues todo esto, y mucho más, se va a solucionar por arte de magia con una declaración de independencia. Y por supuesto ya no serán una nación maltratada...

Que esto también tiene su aquel... Yo, que me he sentido muy agraviado por el gobierno alemán, he tenido duras palabras para con Angela Merkel, pero no creo que sean copartícipes de esa responsabilidad por ejemplo los ciudadanos de aquel país que malviven con “minijobs”. Por otra parte, las políticas de recortes del PP me han perjudicado muchísimo, tanto por la reducción de mi sueldo como empleado público, como por la pérdida de derechos, tanto referido a libertades como a servicios públicos. Puedo considerar que se ha producido una pérdida de derechos y un deterioro económico colectivo, pero en ningún caso puede hacerse extensible al conjunto de “la nación” (suponiendo que me sintiera integrante de alguna), porque hay quienes se han estado beneficiando con esto. Y me pregunto, ¿esto es que no ha pasado en Cataluña?

Seamos serios, no son las “naciones” las que diferencian nuestro estatus socioeconómico, sino las clases sociales. Los poderes económicos están encantados con que un porcentaje nada desdeñable de catalanes (y de forma incomprensible de ciudadanos de otras zonas del estado) obvien los conflictos de clase y los hayan transformado en un conflicto nacional. La historia una vez más se repite. Yo recomendaría a tantos izquierdistas de salón, que tanto abundan hoy en día, que relean a los clásicos (si que es que alguna vez los leyeron), para recordar que no son los proletarios del otro lado de la frontera los enemigos.

Ya se que estoy pidiendo demasiado, que la gente no es muy de pensar. Es más de llevarse por las emociones y las arengas, sobre todo cuando te dicen que siendo, como eres, mejor, no tienes porqué cargar con la lacra de los gandules de los castellanos, y “otras hierbas”... Por eso no importa que no sean más, son los que son, y los que no que se vayan.

Así es como se ha desarrollado lo que podríamos llamar un “supremacismo catalán”. Y no me cabe duda de que irá yendo a más en el futuro, por la estrategia “segregacionista” que ha favorecido que los empleados públicos sean afines (la que han liado, por ejemplo, esos maestros adoctrinadores...). Cuando en el acceso a las puestos de trabajo público se valora por encima de todo el idioma se aseguran que ciudadanos de fuera del ámbito idiomático catalán no hayamos podido optar a esas plazas. Curiosamente, ese obstáculo no lo han tenido los ciudadanos nacidos en Cataluña que ocupan puestos públicos en el resto del estado español. Y, llamativamente, la opinión de estos, como la de tantos otros que trabajan en el sector privado fuera de allí, no cuenta para los secesionistas / “supremacistas”.

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