En más de una ocasión he hablado del engendro de plan de estudios de la
Facultad de Medicina de Albacete, a raíz del obligado cambio que supuso la
convergencia europea (el llamado plan Bolonia). Una facultad que había sido
innovadora en el panorama español, tanto en metodología docente como en
contenidos, tiraba todo ese bagaje por la borda para mayor satisfacción de
muchos de sus profesores titulares que vieron una gran oportunidad para
aumentar su área de influencia y su poder. Básicamente estos dependen de los
créditos impartidos (dicho de forma sencilla para quien no sea entendido en estas
cuestiones: horas de formación que dependen de cada jefezuelo).
Así, se gestaron alianzas que permitieran hacerse con el control de los puestos directivos, de las comisiones correspondientes, y en definitiva del reparto de créditos. De forma que quienes se pusieron de acuerdo, por afinidades previas (no ideológicas, porque ahí no había más ideología que la pura avidez; probablemente ni tan siquiera de amistad), acapararon contenidos, obviamente en perjuicio de otros. A pesar de que los contenidos estaban perfectamente identificados en una Orden Ministerial, como ya expliqué en “Reflexiones acerca de un fracaso”, el reparto de estos supuso una verdadera batalla.
Una de las nuevas competencias que los estudiantes
deben adquirir según esa Orden Ministerial son las “Habilidades de
comunicación”, que, entre otras, debía incluir las siguientes competencias:
conocer los aspectos de la comunicación con pacientes, familiares y su entorno
social; modelos de relación clínica, entrevista, comunicación verbal, no verbal
e interferencias; dar malas noticias; redactar historias, informes,
instrucciones y otros registros, de forma comprensible a pacientes, familiares
y otros profesionales... Se trata verdaderamente de un tema importantísimo en
la formación de los futuros médicos, que deben estar dotados de habilidades en
este campo. Hablo de habilidades, porque lo verdaderamente importante es la
destreza para aplicarlas en la práctica clínica, no tanto el acúmulo de
contenidos teóricos intrascendentes. Pero en esta materia, como en otras,
vieron una gran oportunidad de “sacar tajada” algunos con gran poder en la
facultad en ese momento. No importa que quien imparte esta asignatura no tenga
experiencia clínica, ni siquiera que sea o no médico... Como dijo el decano en
el momento de la gestión del plan de estudios, frente a la propuesta de
incorporar parte de estos contenidos en la asignatura de Medicina de Familia:
“no hace falta tener experiencia, todo se puede leer en algún libro” (cito, no
sé si textualmente, pero seguro que de forma muy aproximada, lo que oí
personalmente, no es que me lo hayan contado). Hay que decir que si nos
ofrecíamos a impartir estos contenidos es porque se trata de un área de
conocimiento que ha tenido un importantísimo desarrollo precisamente en el
entorno de la Medicina de Familia, y en nuestro país, pero también en nuestra
comunidad autónoma, hay grandes expertos.
Ahora los estudiantes reciben con estupefacción una asignatura llena de
contenidos teóricos intrascendentes, que en muchos casos repiten lo que ya
saben sobre comunicación, porque ya lo han visto en el bachillerato, y sin el
más mínimo enfoque clínico. Obviamente quienes imparten esta asignatura no lo
son. Para que los estudiantes puedan ver en qué consiste esto los envían a
hacer prácticas a los centros de salud (¿dónde si no?). Sin haber contactado
previamente con los profesionales de atención primaria (y solo en virtud de la
complicidad del director médico de la gerencia de atención primaria, que merece
una mención especial que abordaré seguidamente), lanzan a los estudiantes a
unas prácticas con unos contenidos poco claros, para que vean a 3 o 4
pacientes. ¿Qué prácticas sobre habilidades de comunicación son esas?
¿Qué papel juega ahí el director médico de la gerencia de atención
primaria? Hablamos de un señor que es doctor en medicina, pero sin
formación específica en Medicina de Familia (es decir no ha pasado por el MIR).
Actualmente ocupa ese cargo, obviamente por designación “digital”, en virtud de
sus afinidades políticas. Recientemente fue cesado por la UCLM de una plaza de
profesor asociado en virtud de una resolución judicial, pero sin embargo figura
como profesor de prácticas (?) de esa asignatura de comunicación asistencial.
Los cargos gerenciales han sido incompatibles con los puestos de profesor
asociado clínico hasta que con él hicieron una excepción, a pesar de que la
normativa indica claramente que se debe estar ocupando una plaza asistencial,
precisamente para poder ocuparse de la docencia en el entorno clínico.
¿Qué es pues lo que ocurre? ¿Intercambio de favores?
Ustedes dirán. Lo que es cierto es que en toda esta trama los grandes
perjudicados son los estudiantes. Y, por qué no, a la larga todos los que en el
futuro podamos ser sus pacientes.
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