Decía Paul Krugman
en El Pais del 24 junio de 2012 que “la privatización puede funcionar como una
forma sigilosa de endeudamiento público, en la que los Gobiernos evitan
registrar gastos por adelantado (o incluso recaudan dinero vendiendo las
instalaciones existentes) mientras aumentan los costes a largo plazo de forma
que los contribuyentes no pueden ver”. Por otra parte “la privatización es una
manera de deshacerse de los empleados públicos”. Para no dejarse confundir,
este autor recomendaba “seguir el dinero… a medida que se privatizan cada vez
más funciones públicas, los Estados se convierten en paraísos en los que hay
que pagar para poder participar, en los que tanto las contribuciones políticas
como los contratos para los amigos y los familiares se convierten en un quid pro quo para conseguir negocios
públicos”.
Hablé la semana pasada del grupo Capio, llamativamente vinculado a
sectores influyentes del PSOE (lo que no quiere decir que no haya importantes
sectores de la derecha implicados: tratándose de negocios no cuenta el color
político, especialmente si hablamos del que muchos ya llaman PPSOE). Hoy voy a
centrarme en el segundo en volumen de negocio, alimentado por los gobernantes
peperos. Me refiero al grupo Ribera Salud, siempre ligado a la sanidad pública. Siguiendo
la publicación de Guillermo Abril y
Jaime Prats en El País del día 6 de enero, la Generalitat “lo concibió como una
herramienta: dar respaldo financiero al proyecto que se convertiría en el
estandarte sanitario del PP valenciano: el hospital de Alzira”. ¿De dónde salió
el dinero? Pues de las cajas de ahorro: Bancaja y la CAM fundamentalmente. Ya
sabemos lo que ha sido de ellas, de forma que el grupo ahora está en manos de Bankia
y Banco Sabadell. También sabemos de dónde sale el dinero para sanear estas
entidades. ¿Dónde está pues esa magnífica gestión privada?
Según se señalaba en el artículo ya mencionado Ribera Salud Grupo ha
“participado en todas las adjudicaciones de la gestión de hospitales públicos y
sus correspondientes departamentos de salud que ha sacado a concurso la
Generalitat”: en Torrevieja, Dénia, Elche…
La expansión del grupo ha ido acompañada de la transformación en “un operador
sanitario más, abierto a competir en cualquier oportunidad de negocio en la
gestión de la sanidad pública”. Esto ocurría a partir de 2007, estando en relación con “la llegada de Alberto
de Rosa como responsable del grupo, que hasta entonces era gerente del hospital
de Alzira... con estrechos lazos con el PP”. La expansión de la compañía se ha
basado en dos autonomías de referencia para el PP: Valencia y Madrid.
Pero, al margen del apoyo financiero de las cajas, ¿quién ha
aportado el conocimiento del sector? En el inicio del “experimento del hospital
de Alzira” estaba Adeslas. Según señalaba Jaime Prats en el ya referido diario
(El País, 6 de enero), esta compañía buscó los socios para un “negocio que
consistía en construir y gestionar un hospital público a cambio de cobrar una
cuota a la Administración por cada habitante asignado al centro”. Como señalaba
el mismo, “los números no salieron… ni el primer año (con unas pérdidas de un
millón de euros), ni el segundo, ni el tercero, ni el cuarto (números rojos por
valor de 2,67 millones en 2002)”, y aunque se suponía que, como en cualquier
negocio privado, las pérdidas correrían por cuenta de los accionistas, fue la Generalitat
quien “rescató el hospital y volvió a sacarlo a concurso… en 2003, con unas
renovadas reglas del juego, más favorables a la concesionaria… incluyó en el
lote la atención primaria… subió la cuota por habitante en un 68%”.
¿Saben
quién andaba al frente de aquellos negocios de Adeslas? Pues se trata de
Antonio Burgueño, quien actualmente es director general de Hospitales del
Gobierno de Madrid y principal responsable del programa de privatización de la
sanidad pública en esa comunidad.
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