miércoles, 20 de marzo de 2013

La “burbuja hospitalaria”



 



En un magnífico artículo titulado “El pinchazo de la burbuja hospitalaria”, Elena G. Sevillano explicaba en El País del 2 de marzo cómo se gestó uno de los mayores despropósitos de la política sanitaria de nuestro país, la que se ha dado en llamar “burbuja hospitalaria”. Una estrategia de políticos populistas de diferentes partidos (pero fundamentalmente de lo que ya se conoce como “PPSOE”), con cortedad de miras electorales, que llevó al despilfarro de unos muy limitados recursos (con una inversión pública en sanidad que apenas ha superado el 7% del PIB, muy por debajo de los países de nuestro entorno) en construcciones faraónicas.


Hablaba la periodista del que se decía iba a ser el “mayor hospital de Europa”, una mole en el barrio residencial de Santa María de Benquerencia, en Toledo. Cuando a finales de 2011 fueron suspendidas las obras por el actual gobierno regional “ya se habían gastado 140 millones y se había ejecutado el 30% de la obra, iniciada cinco años antes”.  Los resentidos sueldos de los profesionales sanitarios y los recortes en prestaciones para los usuarios dan una idea de quién paga este y otros despropósitos (ya he hablado hasta la saciedad de los muchas veces innecesarios hospitales comarcales en otras ocasiones).



En el artículo se recogía la opinión de Salvador Peiró, del Centre Superior d’Investigació en Salut Pública (CSISP), organismo que depende de la Generalitat valenciana, que subrayaba la concentración de estas políticas en lo que podríamos llamar “eje centro-levante”. Madrid y Valencia, las comunidades que han abanderado la estrategia privatizadora, y por medio el “caso manchego” (ya hablé en “Privatizando (III). Protagonistas” del papel que desempeñó Castilla-La Mancha y destacados miembros del ámbito del PSOE en la génesis del primer proveedor de servicios médicos público-privados de España). Señalaba Peiró  que “el incremento del gasto sanitario fue extremadamente clientelar, en ocasiones se asoció a estrategias urbanísticas…  y llevó al despilfarro”. Sevillano recogía opiniones de otros expertos. Así Juan Oliva, presidente de la Asociación de Economía de la Salud, hablaba de “arquetipos de mal gobierno a la hora de abordar inversiones poco meditadas y temerarias, localismo en el desarrollo de centros y carteras de servicio y abandono de referentes técnicos en la planificación de oferta”. Por su parte, José Ramón Repullo, profesor de Planificación y Economía de la Salud de la Escuela Nacional de Sanidad, decía: “Aquí se da esencialmente una alianza entre constructoras, políticos regionales y políticos locales, con el silencio más o menos cómplice de los demás agentes, que no se atreven a levantar la voz. ¿Quién puede decir que no hace falta un hospital en un sitio concreto, y no correr el riesgo de ser corrido a gorrazos por los vecinos y comerciantes interesados?”.



La respuesta no se hizo esperar. El día 6, en una carta publicada por dicho periódico, el que fuera consejero de sanidad, Roberto Sabrido, cargaba contra los que llama “eminentes profesores”, a los que acusa de no dar “datos para sostener sus afirmaciones”, así como “tampoco quien firma la noticia”. Pero sin embargo él da explicaciones tan ambiguas como la “población que tendría que atender para hacernos una idea real de sus dimensiones” (se refiere al que iba a ser “el mayor Hospital de Europa”, es posible que en la planificación se hubiera tenido en cuenta, entre otras, la población que algunos pretendían ubicar en Seseña), o “que con el número de quirófanos actuales tenemos en la provincia de Toledo listas de espera que superan lo razonable”.



Hace unas semanas dije que tenía que hablar un día de las listas de espera. Y es que este es el argumento preferido por los políticos populistas cuando hablan de sanidad. Pero este concepto encierra una gran heterogenicidad, no se puede “meter todo en el mismo saco”. No es lo mismo la demora en hacer una mamografía a una mujer con una lesión mamaria sospechosa de malignidad, que la demora que pueda existir, por ejemplo, en extirpar un quiste sebáceo. Ponerlo todo al mismo nivel fue lo que llevó a la nefasta política de “peles” y a los conciertos con clínicas privadas que han estado en el germen de la preponderancia que han adquirido las empresas de gestión público-privada. La administración sensata de las listas de espera es una de las garantías de equidad y de sostenibilidad de un sistema público de atención a la salud.



En Salvados, el magnífico programa de Jordi Évole, se trató recientemente el tema de la privatización de la sanidad, bajo el título: “De paciente a cliente”. En él, alguien tan poco sospechoso de animadversión hacia el PSOE como Rafael Bengoa, exconsejero de sanidad del gobierno vasco y flamante fichaje de Obama como asesor para la puesta en marcha de su reforma sanitaria, afirmaba rotundo: “ha habido burbuja sanitaria: el ladrillo en sanidad también ha sido tóxico”.

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