De los Países Bajos, en concreto, llega la penúltima vuelta
de tuerca de los “sacacuartos”: también vamos a tener que pagar por mear.
Pronto también habrá que hacerlo por respirar.
Digo de los Países Bajos porque va ser una empresa holandesa
la beneficiaria. No es extraño, ya que en aquel país debe ser un negocio
rentable a la vista de lo extendido que están los aseos de pago.
Aquí también se conocían. Recuerdo perfectamente aquellos
aseos en los que “vivía” una señora con un platillo en el que recogía las
monedas que le iban dejando quienes entraban allí. Afortunadamente fueron
desapareciendo, coincidiendo con la democratización y la modernización del
país. Realmente así me lo pareció siempre, un síntoma más de que un pasado
cutre iba quedando en el olvido. Por eso me ha sorprendido siempre tanto ver
que en países supuestamente más avanzados se mantenía esta actividad que, con
todo el respeto a quienes la desempeñan, me parece humillante (una cosa es que
alguien realice actividades de limpieza, como en cualquier otro lugar, y otra
muy distinta es “vivir” en un retrete). De hecho, he ido viendo con
satisfacción como en países como Francia iba desapareciendo esta actividad en
los últimos años. Pero los bárbaros son irreductibles, y ciertamente los Países
Bajos, y su “flamenca” área de influencia (Bélgica, Luxemburgo), lo son en este
asunto. Curiosamente conviven estos aseos de pago con mingitorios cutres en
plena vía pública: una estructura metálica en medio de la calle que oculta la
meada de aquellos hombres (claro que es solo para hombres, las mujeres no
tienen esta opción, de momento) que se atreven a adentrarse en semejante
cochinera.
Ahora ha saltado la noticia de que ADIF, la misma empresa
que ahorra en medidas de seguridad en los trenes, va a dejar en manos de una
empresa holandesa los aseos de la estación de Atocha en Madrid. Así, de paso,
hemos sabido que esa empresa “waterera” ya está extendiéndose por Cataluña
(perdón Catalunya, no se si Catalonia, que ya no tengo muy claras las preferencias
lingüísticas en los Països -¡qué despliegue de diéresis!-), aunque esto sí que
no me ha sorprendido: ya sabemos que “la pela es la pela”.
Posible ventaja (?): son muchos puestos de trabajo los que
proporcionan los aseos de pago, al menos en los Países Bajos (no voy a insistir
más en la calidad de los mismos). Aquí no se si va a ser el caso, porque
también está la opción del acceso automático: moneda a la máquina y para
adentro.
En las desventajas evidentes, aparte del sacacuartos
continuo en que quieren convertir nuestra vidas, el de todos aquellos y
aquellas que opten por la alternativa de aliviarse en plena calle (y aquí sin
mingitorios alternativos), porque no puedan o no quieran pagar por culpa de sus
necesidades fisiológicas. Aconsejaría cuidado con dónde pisan aquellos que
vayan a Atocha o pasen por sus alrededores.
Una última reflexión: a quienes visiten los Países Bajos y
tengan necesidades fisiológicas que aliviar les recomiendo las iglesias
protestantes, que tienen unos aseos estupendos y son gratis (por cierto esta
palabra también existe en flamenco). Y me pregunto cómo no incorporan esta
iniciativa las iglesias católicas, con tanto meapilas como tenemos en este
país.
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