martes, 3 de septiembre de 2013

Más que espera






En la anterior entrega del blog arremetí contra la utilización demagógica de las listas de espera. Pero, ¿qué hay más importante en el campo de la atención sanitaria?

En mi opinión, lo que caracteriza a un sistema nacional de salud (como fue el nuestro, no sé si ahora puede llamársele así) es la equidad. Este concepto hace referencia a que todas las personas, independientemente de su situación social y económica, tengan posibilidad de acceder a los mismos servicios, en función de sus necesidades de salud, y no de elementos de otra naturaleza, como cotizaciones, recursos económicos… 

Esto que, en teoría, estaba asegurado en nuestro servicio nacional de salud (ahora ya sabemos que no, cuando muchas personas han quedado excluidas de la asistencia sanitaria por la decisiones del gobierno Rajoy), no es tan fácil. En primer lugar porque hay barreras culturales. No todas las personas saben por ejemplo de la existencia de ciertos servicios, condición imprescindible para optar a hacer uso de los mismos. Existen asimismo barreras geográficas, que explican que las personas que viven en zonas rurales utilicen en menor medida servicios hospitalarios que los que viven próximos a éstos.

La realidad es que unas pocas personas consumen la mayor parte de los recursos, mientras que la mayoría apenas tiene acceso a los mismos. Esto es lo que un insigne médico general británico, Julian Tudor Hart, denominó “ley de los cuidados inversos”, según la cual "la disponibilidad de una buena atención médica tiende a variar inversamente a la necesidad de la población asistida”.
Basta que una persona entre en la dinámica hospitalaria para que se desencadene una cascada de gastos sin fin. Esto es así porque cada médico se ocupa de una parcela pequeñísima, y lo que se sale de ahí (aunque sea una banalidad) lo deriva a otro; lo es porque se solicitan exploraciones complementarias sin control, generalmente carísimas, y muchísimas veces absolutamente innecesarias. Esto por no hablar de los tratamientos, con una tendencia incontenible a utilizar los últimos en comercializarse, siempre más caros aunque no aporten nada nuevo (llamativamente en contra del criterio del SESCAM, pero aquí no intervienen, al contrario de lo que hacen con los médicos de atención primaria, a los que nos complican la vida para que no podamos repetir las prescripciones que aquellos iniciaron).

La equidad solo será posible mantenerla en base a la eficiencia, segundo principio fundamental, en mi opinión, de un sistema nacional de salud. La eficiencia se consigue apostando por las soluciones más baratas que resuelvan un mismo problema. Esto implicaría dar a los profesionales más próximos a los pacientes, y que son capaces de resolver la mayoría de los problemas que estos aquejan, recursos suficientes para poder realizar adecuadamente su trabajo: reducir la sobrecarga de pacientes, disminuyendo el número asignado a cada médico, dar acceso a más exploraciones complementarias o incluso a tratamientos que se restringen al ámbito hospitalario (recientemente recibí un informe de un inspector de farmacia que negaba el visado para una medicación que necesitaba una de mis pacientes alegando que solo lo podía hacer, y cito textualmente, el “especialisto”).  


Los británicos que saben mucho de esto, no en vano su servicio nacional de salud acumula muchísimos años de experiencia, hacen que el dinero entre al sistema a través de la atención primaria. Son los centros de salud los que gestionan los recursos sanitarios, y contratan con hospitales servicios en función de lo que estos son capaces de ofertar y de los rendimientos que demuestran. Ese es el camino de la eficiencia. El que llevan aquí nuestros políticos con sus flamantes gerencias integradas (que no es otra cosa que la subordinación de los centros de salud a los intereses del hospital) es el del despilfarro, que lleve a la bancarrota del sistema y su entrega a manos privadas a precio de saldo.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario